miércoles, 17 de septiembre de 2008

Formas de cambiar

- ¡ Mira, mira esa nube de allí !
- ¿Qué le pasa?
- ¿La ves? tiene forma de corazón..
- ¿Qué dices? ¡ tiene forma de pera !

Y los dos echaban a reír. Niños, ingenuos e inocentes en una tarde de mediados de Septiembre. Un jardín alejado de todo aquel barullo de gente corriente que caminaba a lo largo de aquellas largas calles de la Granada de entonces. Sin tiempo, con prisa. Porque hay cosas que nunca cambian.

Siempre he pensado que la carrera que emprendían aquellos viandantes de la Gran Vía, simulaba con creces la película Big Fish en versión española. Todo ocurría tan rápido que cuando querías darte cuenta ya habías cambiado de escenario, y conforme te ibas habituando a tu nuevo decorado ya se adentraba otro inédito marco. Ellos nunca miraban el reloj, pasaban tardes lentas sin querer saber que la vida pasaba rápida. A veces el chico pensó que una vida sería muy poco para conseguir ver todas las formas infinitas en las que una nube podría convertirse. La chica tenía miedo. Tenía miedo a su propio parpadeo, al instante, a un chasquido de dedos que hiciera que aquella brisa fresca que anunciaba un otoño no muy lejano desapareciera en un abrir y cerrar de ojos. El chico apreciaba, sin duda, todo lo que sin querer, estaba ahí. Equivocadamente o no. Ambos lo exprimían. Sabían saborearlo hasta dejarlo sin gusto, hasta dejarlo sin aliento. Alguna vez me ha sorprendido que el caramelo durara tanto en sus bocas hasta que al final, he llegado a la conclusión de que los responsables somos nosotros. De nosotros parte el tiempo, decidimos lo que queremos, al igual que determinamos nuestro son y nuestros latidos.

Podemos cambiar, pero hay dos formas de hacerlo: cambiar para habituarte de forma rápida a tu nuevo escenario o dejar que todo cambie sin darte cuenta, sin hacerlo a propósito.