miércoles, 20 de agosto de 2008

Empezar

Comenzar, iniciar, emprender. ¡Qué difícil! . Siempre me pasa. En pleno Agosto y el aire acondicionado a 18º. Los pies fríos y el cuarto más desordenado que nunca, pese a las pocas cosas que tengo que hacer en el día. Y ahora estoy aquí, había pensado muchas maneras de empezar, pero luego llegas, te sientas en la silla que te regalaron un día, sin que tú te lo esperases, le das al click, enciendes el ordenador, pones una página en blanco y... ¡pam! te bloqueas. Escribes, lees y acto seguido, borras. Y sigue sin gustarte y no dejas de preguntarte por qué no te agrada nada, llegando a la conclusión de que no sabes ni lo que quieres decir. Entonces cierras. Y te vas. Y esperas que venga alguien, que aparezca la oportunidad de tu vida, una casualidad, la suerte que haga que no puedas parar de teclear, sin parpadear, con llamas en las yemas de los dedos; Pero no es bueno esperar o quizás sí. En realidad podría contaros mi vida uniendo casualidades pero no resultaría muy entretenida. Porque no lo es. Y si lo es, estaba distraída, esperando. Yo le echo la culpa a esos simples dígitos que siempre deciden por nosotros, porque son ellos los culpables de este fracaso. De nuestro fracaso. De todos los fracasos del mundo. El tiempo. Nos condiciona y hace que no podamos ni detenernos, ni pensar en lo que estamos haciendo. Ni sonreir. Ni comprender. No nos deja cerrar los ojos, ni notar incluso los segundos que corren por nosotros. Por eso puede que mi vida me resulte aburrida, porque entre tanto y tan poco no me he parado a disfrutar ni siquiera en verano, que es cuando más debo hacerlo. He estado parada sin parar de hacerlo. No sé, es raro. Yo soy rara. Y ésta es mi historia.